En el subsuelo de la plaza, calle Mayor y Santa Engracia se encuentra el Caño de la Villa, posiblemente de origen medieval, que servía de canalización de las aguas subterráneas y de los propios desagües de los edificios circundantes. Todo el complejo está excavado en las capas de yesos y margas rojas que componen el substrato rocoso sobre el que se asienta la población. El denominado caño es una conducción de gran tamaño, con más de tres metros de altura en algunos lugares y al menos otros dos metros de anchura, pensado como cloaca máxima de la población.
Aledañas al caño se han construido numerosas bodegas que demuestran una gran tradición vinícola de la comarca. Algunas de estas bodegas destacan por su gran espectacularidad (más de 30 metros). La fecha de la construcción puede encontrarse bien entrado el siglo XIX. No obstante el conjunto es de gran interés, no sólo desde el punto de vista etnológico, sino también desde el monumental, teniendo en cuenta además que se encuentra en uno de los cascos históricos incluidos en el Parque Cultural del río Martín. Una de las mayores aspiraciones de los montalbinos es que algún día pueda visitarse turísticamente y pueda tener un aprovechamiento cultural.
Caño de la Villa
Todo el complejo subterráneo fue unido por aberturas en las paredes y conductos sirviendo de refugio en la guerra carlista y en la posterior guerra civil. Además de este hecho, algunas bodegas eran compartidas por varios propietarios, lo que hacía que prácticamente todas estuvieran comunicadas entre si. Esta circunstancia hacía peligroso el acceder a cualquiera de las bodegas durante los trabajos de elaboración del vino y su posterior fermentación. Para evitar esto, y que nadie se adelantase al proceso, se propuso que hasta el 1 de noviembre no entrara ninguna carga de uva en el pueblo, ya que a partir de esa fecha se realizara el trabajo de todos al mismo tiempo.
En el siglo XX una plaga de filoxera diezmó los viñedos, siendo la causante de que muchas de las bodegas en estos momentos estén abandonadas y en condiciones precarias al no seguir los propietarios con la elaboración vinícola y quedar relegadas a un segundo término.
Las cubas existentes dentro, de gran tamaño y capacidad, debían montarse en el interior de las bodegas por los llamados cuberos, especialistas en este arte. Había un dicho que decía que, para que saliera buen vino, las uvas debían pasar por la Pileta y Santa Engracia, dejando constancia de la calidad de uva que se vendimiaba en lo que es todo el camino de bajada al barrio de Peñarroyas.
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